¿Cómo es posible que un día sientas la calidez de un abrazo, la risa compartida, la vida en compañía… y al día siguiente, ya no esté?
¿Cómo puede el mundo seguir girando cuando el tuyo se ha detenido?

La muerte irrumpe sin pedir permiso. Y cuando arrasa con lo que amamos, nos deja una pregunta punzante:
¿Tiene sentido seguir viviendo con este dolor?

Cada muerte de un ser amado es una rotura profunda en nuestro corazón. Y con los años, se van acumulando más y más roturas…
¿Se curan? Tal vez con el tiempo aprendemos a seguir adelante, pero esas grietas permanecen.
Y lo más extraño es que el dolor que dejaron sigue ahí, con la misma intensidad del primer día.

Quisieras olvidar ese sufrimiento, apagar ese vacío…
Y sin embargo, no quieres olvidar ni un solo recuerdo.
¡Qué paradoja! ¿Cómo dejar que el recuerdo se transforme en gratitud si el dolor no nos deja ver más allá?

La filosofía no da respuestas fáciles, pero nos ofrece compañía en medio del caos.
Epicuro decía: “La muerte no nos concierne…”
Y Marco Aurelio recordaba que todo lo que amamos está destinado a cambiar, a desaparecer.
Pero eso no significa que debamos endurecer el alma.

Tal vez no se trata de elegir entre el recuerdo o el olvido. Tal vez solo se trata de aprender a vivir con ambas cosas: el amor que se quedó sin cuerpo… y el dolor que nos recuerda cuánto significó.

Viviste. Te amé. Y aún te llevo conmigo.

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